Vivo en un pequeño pueblo (Santa Ana), cerca de una ciudad pequeña (Cartagena). Tengo la suerte de estar rodeado de “campo”, donde las parcelas agrícolas aún dominan en extensión a las zonas urbanizadas.
Muchos días, en este final de marzo (2015), me levanto temprano para trabajar delante del ordenador, junto a una ventana que dejo abierta unos centímetros y por la que entra el fresco aliento de la madrugada, ayudándome a permanecer despierto y concentrado.
Esto me permite escuchar, no solo el inicio o final de jornada de los vecinos mas ruidosos (a esta hora el silencio hace que todo resulte “ruidoso”), sino a las aves, mis otros vecinos. Para unas especies son sus últimas actividades (las nocturnas), y para otras el lento y progresivo despertar.
Entre las que se preparan para ir a la cama están la lechuza común (Tyto alba), el mochuelo (Athene noctua) y el más abundante por estos lares, el alcaraván (Burhinus oedicnemus).
Entre las que se levantan con el sol, los mirlos (Turdus merula), gorriones (Passer domesticus), currucas cabecinegras (Sylvia melanocephala), petirrojos (Erithacus rubecula) y estorninos (Sturnus unicolor).
De este modo, aún en plena noche, he registrado el paisaje sonoro desde el primer piso de mi casa, privilegiada atalaya sobre el vecindario.
Aún de noche, el alcaraván (Burhinus oedicnemus) es el dueño de los sonidos que viajan por el aire, emitiendo sus típicas voces y cantos. Ahora está muy ocupado en sus líos amorosos, luchador con los machos y galán para las hembras. Literalmente cruzan encima de mi casa en continuo trasiego nocturno, que les va llevando, poco a poco, hacia algún lugar bajo su árbol, arbusto o junto a su pedriza favorita donde pasará las horas diurnas.
Aún de noche, el mirlo común inicia su canto. Es el momento de los madrugadores, aún de noche, cuando el alba empieza a desperezarse, toma el mando de los sonidos de mi calle y deja oír su claro, alto y limpio, pero monótono canto.
Pronto el rival le responde, algo más lejos, y ya no van a parar hasta que la siguiente especie les “expulse” con su machacona insistencia y superioridad numérica: el gorrión doméstico.
Apenas ha durado cinco minutos la gloria del mirlo, el gorrión es inmisericorde, y su áspera voz eclipsa el canto del mirlo que, apesadumbrado le imagino, se retira de la escena para tomar fuerzas y volver más tarde “a la carga”. Pensará que con los gorriones inundando con sus voces la calle, ya nadie puede apreciar su buen cantar, mejor callarse.
De esta manera, apenas 10 minutos más tarde que el primer mirlo empezara sus trinos, el coro de gorriones inunda la calle con sus estridentes voces, anunciando que la salida del sol se está acercando al horizonte.
Los Estorninos, menos madrugadores, esperan a que el sol empiece a iluminar con mayor claridad la calle para empezar sus primeros movimientos sonoros. Desde el primer canto del mirlo, han tardado 29 minutos en empezar a lanzar tímidos silbidos, premonitorios de sus estridentes voces que poco más tarde compartirán el espacio sonoro de mi calle con los ruidosos gorriones.
También las primeras luces, inspiran la primera estrofa, muy tímida y breve aún, de la curruca cabecinegra, posada en los mirtos de mi jardín (32 minutos más tarde que el primer mirlo).
(El orto en el día descrito, según la web del Ministerio de Fomento, se ha producido a las 07:03 h).
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Más información en estos enlaces:
http://blogs.heraldo.es/ciencia/?p=581
http://www.nationalgeographic.es/noticias/animales/pajaros/por-que-cantan-los-gallos-al-amanecer